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I.- Ramales de la Victoria (Cantabria)
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Imágenes | ||
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Día 10 de agosto de 1962
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12,00 h. |
Salgo de Burgos con mis padres, en su coche.
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En Villarcayo no encontramos a José Ignacio, por lo que reemprendemos la marcha hacia Carranza, a donde llegamos ya anochecido.
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Después de las presentaciones, conversaciones y demás (incluída la cena) decidimos que nos lleven a los dos en el coche hasta Ramales de la Victoria, emplazamiento de la renombrada cueva Cullalvera.
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23,30 h. |
Acampamos, para pasar la noche, en dicha localidad, bajo un puente de la carrertera, donde hay un excelente prado.
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Día 11 de agosto, sábado.
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8,00 h. |
Nos levantamos. Mis padres y Adolfo (mi hermano menor) se van, en el coche, hacia Laredo.
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Nosotros desayunamos y después de recoger el campamento nos calzamos los macutos y por la carretera, nos dirigimos hacia la entrada de Cullavera.
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Por el camino nos cruzamos con una plaga de "espeleólogos" del campamento de la OJE, que se dirigen al mismo lugar.
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Estos, después de unos cuantos preparativos en la boca del "agujero" (regulación de los candiles, enumeración, colocación de los cascos, etc.) van entrando en fila india, hacia el interior.
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Nosotros colocamos los bártulos indispensables en la bolsa de deportes y dejamos los macutos camuflados en una casa cercana.
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La cueva CULLALVERA
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12,00 h. |
Entramos en la cueva
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Después de la primera impresión, anduvimos por el fondo de la inmensa gruta por donde parecía estar el camino de paso normal, a pesar de lo cual tuvimos que subir y bajar por grandes bloques de piedra y desniveles muy inclinados; parte del piso era arcilloso y enseguida se notó el aumento de peso en las botas.
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Recorrimos quizá dos kilómetros de la galería principal, parándonos en varias ocasiones para hacer fotografías.
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14,30 h. |
Casi al final de nuestro recorrido, nos cruzamos nuevamente con la procesión de "espeleólogos" que, ya finalizado su trabajo, volvían al exterior.
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15,00 h. |
Damos media vuelta.
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16,00 h. |
Llegamos al exterior.
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Comimos y plantamos la tienda cerca de la entrada.
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20,00 h. |
Vamos al pueblo para comprar comestibles. En una tienda compramos salchichón de perro, cortado con el cuchillo de cortar cuerdas y jabón.
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Volvemos a nuestro campamento casi de noche y "caemos" más o menos roques a segunda vista.
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Día 12 de agosto, domingo.
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9,00 h. |
Nos levantamos .
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Comenzamos los preparativos para hacer una "sopa" para desayunar caliente. En plena preparación recibimos una visita con "advertencia" de los dueños del terreno, los cuales alegan que si se consienten "tales desmanes" por parte de los excursionistas (esos debemos ser también nosotros) aquello se convertiría, a poco tardar, en un "camping municipal". Desmantelamos el campamento.
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11,00 h. |
La "sopa" se encuentra lista y a punto para beberse.
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12,30 h. |
Después de desayunar, camuflamos nuestro equipaje tras unas matas y nos fuimos al pueblo a misa, encontrándonos con que la última había sido a las 11 h. Compramos pan y, de vuelta a la cueva hicimos unos bocadillos.
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14,00 h. |
Con el material necesario en uno de los macutos, nos internamos, dejando en el exterior el otro camuflado.
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Cueva CULLALVERA (segunda internada)
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Como el domingo los del campamento de la OJE no evolucionan, somos los únicos espeleólogos que estamos en el interior de la cueva.
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En 35 minutos nos presentamos en el punto final de la incursión de ayer.
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Tenemos que pasar por una orilla muy reducida y completamente pegados a la pared para cruzar un lago que llena un espacio de unos 30 m de longitud y de unos seis metros de ancho, en un paso obligado.
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Pasamos a un ramal de la izquierda en el que permanecemos cuatro horas, primero subiendo por una embarrada pendiente de cerca de 45º de inclinación. Una vez arriba, bajando por una estrecha diaclasa que comunica con un sub-ramal por el que salimos al punto de partida, en una sala con un bosque de estalactitas, en la que hacemos las dos únicas fotos de la jornada.
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18,30 h. |
Comemos.
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Continuamos por la galería principal como medio km más, hasta una gran bóveda de la que no se ven el techo ni la pared frontal. Nos internamos por un pequeño ramal que queda frente a la desembocadura de la galería, dejando a la izquierda la gran bóveda. Subimos por un túnel de colada estalagmítica escalonada, donde dejamos el macuto a la vista de una indicación:
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Seguimos subiendo unos 20 m hasta una pendiente formada por grandes bloques de carbón, por los que es necesario escalar. Esta pendiente es el fondo de la continuación de una gran bóveda, probablemente la misma que hemos dejado a la izquierda.
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En la subida tenemos que orientarnos repetidas veces, para no desviarnos de la ruta durante la posterior bajada. Nos fijamos en una gran franja blanca [una bandera estalactítica ?] que, en el techo y orientada de Este a Oeste, nos señala hacia el túnel de la salida.
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En la ascensión, a menos de 20 m del techo, empecé a sentir claustrofobia [quizá no fuera más que una simple 'pájara', consecuencia de la falta de un buen bocata] y a la vista de una nueva serie de bloques para escalar, decidí quedarme donde estaba. José Ignacio, con su espíritu de conquistador inquebrantable, quiso seguir y escaló lo que se alzaba ante mi vista.
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Pasaron diez minutos sin que le oyera y sin que contestara a mis tres llamadas de silbato. Por fin, a la cuarta, le oí que me respondía con el suyo.
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Tuvimos que intercambiar varios toques y gritos para que se pudiera orientar y llegara a encontrar la vía de descenso.
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Una vez juntos, descendimos al lugar donde teníamos el macuto. Llenamos de carburo el candil y cambiamos de pila la linterna de José Ignacio, los cuales habían empezado a agotarse arriba. Emprendimos el regreso.
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21,45 h. |
Cenamos, una vez cruzado el lago. Continuamos el regreso.
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23,30 h. |
Vemos el triángulo azulado de la salida.
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Buscamos el otro macuto (que no se había movido de su sitio) y buscamos un lugar cercano y a la vez lejos de la vista de los dueños del terreno, para acampar, ya que no teníamos tiempo de irnos hasta el río.
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Por fin, en un pequeño prado situado en una pendiente rodeada de arbustos, plantamos nuestra tienda y yo caí roque, mientras J.I. daba trabajo a su "entumecido" estómago.
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Día 13 de agosto, lunes.
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8,30 h. |
Empezaron a pasar por el camino de la cueva, unos carros de bueyes que sacaban troncos almacenados en su interior, para el secado. Los que los conducían (los dueños del terreno) nos vieron, naturalmente [Aquel supuesto acecho nos empezaba a obsesionar]. Con el ruído nos habíamos despertado y cuando desaparecieron de nuestra vista, salimos de la tienda y desarmamos el campamento lo más rápidamente posible.
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Cuando ya nos íbamos, al pasar frente a una casa, nos encontramos con varios de los amos, reunidos en el corral, con lo que, sorprendidos, no tuvimos más remedio que pedirles disculpas por haber acampado nuevamente, a pesar de su aviso.
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Estuvimos hablando un rato y quedaron conformes.
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[Dedujimos que su manifiesto 'mosqueo' podría deberse, más que a nuestra esporádica presencia, al contínuo tránsito de las 'tropas' del campamento de la OJE que supondrían, para los lugareños, las molestias de un pequeño ejército de ocupación.]
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10,30 h. |
Fuimos hacia el pueblo y en la fuente pública paramos, dejamos los macutos, nos lavamos, desayunamos y yo me fui al 'centro' a comprar provisiones.
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Cargamos de nuevo, nos informamos acerca del emplazamiento de las demás cuevas, mediante un paisano que vimos dentro de un cercado y, como el camino indicado iba por el lugar en el que habíamos acampado la primera noche, paramos bajo el puente, donde los sofocos del calor del breve camino andado, hallaron frescor y calma agradecidos.
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14,30 h. |
Comimos a la sombra del puente, sobre las piedras del seco lecho del río. Desde allí vimos a una lejana hilera de espeleólogos del campamento, que bajaban de la montaña que teníamos a nuestras espaldas.
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16,00 h. |
Después de camuflar los bártulos bajo unas matas, nos ataviamos de espeleólogos y siguiendo el lecho del río, lo remontamos con intención de llegar a las cuevas. Después de sudar un rato por entre los bloques, cada vez mayores, que formaban el lecho, nos dimos cuenta de que sería necesario escalar para llegar a las aberturas que se veían en la pared rocosa que se alzaba a la izquierda, cosa que J.I. comenzó a hacer sin pensarlo dos veces. Una vez arriba me llamó, para que subiera yo por el lugar que lo había hecho él. Una vez escalado el tramo casi vertical, hubo que subir una pendiente de hierba y piedras para llegar a un muro artificial vertical, que se veía a cien metros. Allí bebimos de la cantimplora y continuamos subiendo hasta llegar a una carretera que, arrancando de la principal, iba para las cuevas.
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La cueva del Higo Maduro (Covalanas)
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Seguimos subiendo hacia una gran caverna que se veía, apartada de la carretera. Una vez allí dimos un breve vistazo y salimos al exterior para no coger una pulmonía triple, a causa de la frescura reinante en el interior.
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Fuera, en una higuera con cientos de higos raquíticos y verdes, vi uno grande, maduro y hermosote que rápidamente pasó a nuestro coleto.
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Después de echar un vistazo a las entradas de las demás cuevas, cerradas por el asunto de sacar la pesetilla al visitante, sintiéndonos frustrados, emprendimos el descenso por un cómodo camino que nos condujo hasta nuestra misma mansión. Descamuflamos, acampamos y comimos rápidamente.
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21,30 h. |
Mientras cenábamos, me acordé de que aquél era el día de mi cumpleaños (18). No celebramos nada y fuimos pronto a dormir.
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Día 14 de agosto, martes.
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5,00 h. |
Me desperté. La tienda estaba floja y se oían ruídos en el exterior. Parecía que alguien se había acercado a la tienda y andaba con precaución. Moví a J.I. en silencio para llamarle y los dos escuchamos de nuevo los pasos. Nos decidimos y salimos con la linterna y el bastón en la mano. Estuvimos un rato plantados, con "toda la oreja" y la pupila puestos en funcionamiento. De vez en cuando se oían de nuevo los ruídos. De pronto, J.I. comenzó a apedrear la maleza, sin que por ello parecieran inmutarse los misteriosos emboscados, que mantenían su actitud.
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[J. I. tenía la experiencia de haber pasado, en Madrid, por campamentos "provinciales" organizados quizá por los mismos que ahora teníamos allí cerca, como vecinos. Recordaba que una de las actividades de "adiestramiento", fuera de programa pero predilectas de algunos "mandos", consistía en las salidas nocturnas de "acecho y caza".] | ||||
6,10 h. |
Así estuvimos más de una hora, hasta que dejaron de oírse completamente los ruídos. Ya amanecido, comenzamos a registrar los matorrales, viendo que los "individuos" se habían esfumado. Pensamos que se habrían ido por el camino. Así, dejamos de ocuparnos del asunto, y yo, con más sueño que un lirón me enrosqué de nuevo en la manta, mientras J.I. "pulimentaba" un robusto palo para las eventualidades que pudieran surgir en lo venidero.
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11,30 h. |
Me desperté. Vi que J.I. también se había enroscado. Nos levantamos, nos bañamos en el río para recomponer las greñas y mientras J.I. encendía fuego para hacer una sopa para el desayuno, yo me fui al pueblo a comprar provisiones. [Es conveniente remarcar, para quienes no se hagan idea de lo que las técnicas de cualquier índole han avanzado desde aquellos días a los de hoy, que para calentar el cazo del agua, nos habíamos ingeniado algo parecido a un "fuego polinésico", consistente en la excavación de una pequeña zanja de medio metro de larga, quince centímetros de ancha y unos veinte de profundidad, en el borde de un talud de tierra. En su interior procurábamos encender la leña que podíamos recoger en el entorno, que generalmente estaba bastante húmeda y, cuando llegaba a arder y a calentar el cazo, debíamos anteponer nuestros cuerpos en la posición correcta para que el aire se dirigiera adecuadamente por la zanja para avivar la lumbre, sin llegar a apagarla. El proceso solía llevar bastante tiempo. Años más tarde dispusimos ya de un "Camping-Gaz".]
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14,30 h. |
Ya se encontraba la sopa en condiciones de ser ingerida, por lo que alargamos un poco el desayuno que se convirtió en comida.
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Levantamos el campamento, camuflamos los macutos y con los bocadillos preparados y el material de escalada en la bolsa de deportes, nos encaminamos hacia la gran mole que se alzaba a nuestro frente, dispuestos a coronar el picacho.
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Pico de San Vicente, en la Sierra del Hornijo.
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17,00 h. |
Partimos. Comenzamos a remontar, ascendiendo por prados cada vez más inclinados y viéndonos forzados a saltar vallas con sus buenos espinos. Bien sudados llegamos a una pendiente de cascotes y grava [canchal] y más adelante al pie de la mole rocosa. [Elegimos una vía por la arista Nor-Este, a la derecha de las fotos, que no era la más fácil, pero sí la más corta.]
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Comenzamos la ascensión, que iba siendo fácil, pero en la que era imprescindible el uso de las manos (2º grado). La escalada en la roca se veía alternada con subidas de pendientes de hierba de unos 80º, por las que los dedos se nos aferraban endiabladamente en los manojos de hierba que constituían los únicos puntos de fijación.
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20,00 h. |
Después de algunos pasos difíciles, sin que en ellos se rebasara en mucho el 2º grado, y después de sudar algunos ratos más, llegamos a la cima..
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Después de tragar un poco de agua, [dar dos vueltas de horizonte visuales] y de hacer las correspondientes fotografías, iniciamos el descenso, temiendo mucho que la noche nos sorprendiera en la mitad de la ladera.
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Bajamos una parte de piedra fácil, de escasa inclinación. Pensábamos que por la parte en que íbamos sería igual toda la ladera, pero vimos que tendríamos que bajar una pendiente de hierba como las que habíamos encontrado para subir. Con precaución nos dejamos deslizar por el resbaladizo elemento como si esquiáramos, utilizando las manos como freno. Así descendimos un buen rato, más o menos bién, aunque las manos se nos cansaban mucho de agarrar los manojos en los que nos aferrábamos. Llegamos, por fin, a un tramo de roca vertical, en donde tuvimos que emplear pies, manos y hasta rodillas.
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Nos deslizamos nuevamente sobre pendientes de hierba y llegamos a los canchales de fragmentos menudos, por los que la práctica del esquí, aunque podía hacerse, hubiera menoscabado la integridad de los fondillos de los pantalones. Llegamos después a una pendiente de piedras mayores, donde esquiar ya no era posible. Allí, cansado y hecho una 'ful', propuse que parásemos para merendar.
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21,45 h. |
Con hambre, pero con pocas ganas, comimos, terminando media hora más tarde.
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22,15 h. |
Reemprendimos el descenso y al poco rato llegamos a la falda de la montaña, donde comenzaban los prados, los cuales, aunque muy inclinados, eran la gloria en comparación con lo abrupto de la montaña por la que nos habíamos movido. Completamente de noche, tuvimos que saltar tapias y alambradas, pincharnos y ortigarnos reiteradas veces, cruzar campos de maíz. Todo ello orientándonos a la débil luz de la luna. Llegamos por fin a la orilla del río, después de pasar por una casa con un minúsculo perro guardián que no dejó de ladrarnos hasta estar bien alejados de él. Anduvimos hasta la fuente, y allí abrevamos como camellos en un oasis.
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24,00 h. |
Ya en nuestro cubil, levantamos la tienda arrastrándonos por el suelo. Cenamos y sin levantarnos para nada más, nos quedamos como tarugos.
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Pero, antes de caer, oímos nuevamente ruidos en la maleza y al asomarnos, nos dimos cuenta de que los supuestos gamberros de la noche anterior se ocultaban bajo una mata capaz de albergar, tan solo, a un conejo, rata o musaraña cachondos. Así, percatados de la naturaleza posible de aquello que nos había mantenido en guardia durante bastantes horas, nos metimos en la tienda, un poco contrariados, pero tranquilos y alegres por la nota cómica del asunto.
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Nota sobre la espeleometría de la cueva de Cullalvera (Santander). | |
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Autores: Joaquín Montoriol Pous, Oscar Andrés Bellet y José Mª Thomas Casajuana |
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Publicado en: GEO y BIO KARST Nº 23. Diciembre 1969. Págs.: 277 a 279. Barcelona. | |
Acceso al artículo, con el plano detallado de la Cueva. |
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