Después, se segregaron el fuego, la tierra, el agua y el viento.
[de "El agua y sus maravillas", 1919. Editorial Muntañola, S.A. - Barcelona. Dibujado por Joan d'Ivori]
Nació el hombre, que quiso dominarlos y se hizo viejo justamente cuando empezaba a conocerlos. Pero otro hombre nació de nuevo y otros más. Sólo uno de cada cien mil inventó algo que marcara un leve ascenso en la evolución, pero todos y cada uno, al asomarse por vez primera al viejo mundo, al pisarlo, al verlo, oírlo y olerlo, lo descubrían como si antes jamás hubiera existido.
Un buen dia, por los montes de León, tierras de agua y de viento, nació Santiago Pérez Gago, alto mancebo y gran hombre donde los hay, que son pocos, montaraz, ávido de luz y explorador de caminos terrestres y humanos. Y a él le correspondió también descubrir el mundo, a sabiendas de que no lo inventaba. Pero estaba andando por Sierra Morena, donde domina el fuego sobre cualquier otro elemento, cuando les puso nombre a todos ellos. Y esa fue la hora del invento.
Les llamó GÚLMONT.
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